“Imagen. Un once del Madrid de Los García, en dónde podemos ver emtre otros a García Cortés, García Navajas, Pérez García o García Hernández. Fotografía costafleming.es.”
En ésta ocasión nuestro socio Miguel Ángel Plaza no nos manda un poema de los suyos. Ésta ves es un pequeño relato en el qué nos cuenta cómo se hizo madridista.
Así me hice madridista
Esta es una historia de fútbol. Pero también de sentimientos. Y es que
cuando el fútbol es despojado de los sentimientos y la pasión,
entonces es menos fútbol.
Corría el año 1981, y yo tenía siete años por aquel entonces. Me
declaraba a mí mismo como “del Madrid”, pero no se debía ello a
algún tipo de sentimiento especial; mi condición “merengue” se debía
únicamente a que mi padre era un gran aficionado al Real Madrid, así
que me limité a hacer seguidismo de mi progenitor, al igual que harían
muchos otros niños.
Al Real Madrid de aquella época se le conocía coloquialmente como
“el Madrid de los García”, ya que existía una significativa cantidad de
jugadores de la plantilla cuyo apellido era “García” (García Remón,
García Hernández, García Cortés, García Navajas, Pérez García). Y
era también, cómo no, el Madrid de los míticos Juanito, Santillana,
Camacho, Stielike, Miguel Ángel…
Se trataba de un equipo bastante competitivo, pues en el panorama
nacional lograba conquistar títulos asiduamente. Sin embargo, la
cuenta pendiente era la Copa de Europa; la última se había
conquistado en 1966, quince años antes. Y a pesar de que el club
blanco cuajaba buenas actuaciones en la principal competición
europea (alcanzando en ocasiones los cuartos de final o las
semifinales), el máximo galardón se le resistía.

Pero en ese año, 1981, el Real Madrid por fin alcanzó la final de la
Copa de Europa. El rival sería el temible Liverpool inglés, uno de los
equipos dominantes en Europa durante esos años. Sin duda suponía un
reto difícil, pero no imposible.
A mis siete años, yo rebosaba ilusión, y estaba totalmente convencido
de que los madridistas nos alzaríamos con la victoria; ni siquiera se
me pasaba por la cabeza la posibilidad de que fuésemos derrotados
por el Liverpool. Porque así son los niños: necesitan a toda costa
convertir sus deseos en realidad.
Finalmente llegó el día de ese partido tan esperado. El Liverpool y el
Real Madrid disputaron un partido bastante reñido con pocas
ocasiones de gol. Camacho dispuso de una clara ocasión que estuvo a
punto de materializarse en gol, pero por desgracia, fue el Liverpool el
que se adelantó en el marcador en el tramo final del partido. El partido
acabó 1-0 y el Liverpool se proclamó campeón de Europa.
Para un niño como yo, esta derrota supuso un auténtico mazazo. Mi
reacción inmediata fue disgustarme mucho y coger un berrinche; esa
noche me fui a la cama con los ojos bañados en lágrimas. Pero, sin ser
yo consciente en ese momento, en realidad se estaban forjando los
cimientos que harían de mí un auténtico madridista, un madridista de
los de verdad, un madridista “de corazón”.
Permanecí sumido en la tristeza durante un par de días más, y a
continuación comencé a recuperar de forma paulatina mi estado
anímico habitual. Una vez que hubo desaparecido mi rabieta, una serie
de reflexiones se pusieron a revolotear en mi cabeza: <<Hemos luchado hasta el final, hasta los últimos minutos del partido hemos estado vivos. Cuando empezó la temporada, no estábamos entre los equipos favoritos para ganar la Copa de Europa, y sólo nos han derrotado con un gol cuando la final estaba cerca de terminar. Por muy poco no hemos ganado la Copa de Europa. Hemos hecho muy buen papel.>>
Y es que, efectivamente, así era la realidad. Esa plantilla del Real
Madrid, a pesar de contar con jugadores de gran nivel técnico (como
Juan Gómez “Juanito” o Laurie Cunningham) y con uno de los
mejores rematadores de cabeza de la historia del fútbol (el excepcional
Carlos Alonso “Santillana”), destacaba ante todo por unas señas de
identidad muy específicas: su pundonor, su energía, el no darse nunca
por vencidos, el pelear hasta el final, el pelear hasta el último aliento.
La decepción que un niño como yo estaba sintiendo hasta ese
momento, pasaba a convertirse en orgullo. Orgullo por haber peleado
hasta el final. Me sentía plenamente identificado con ese equipo
peleón con el que pocos contaban de inicio para estar pugnando por
esa Copa de Europa del año 1981.

Quizá pueda resultar algo paradójico, pero esa derrota sufrida por el
Real Madrid me convirtió en un auténtico madridista. Desde ese
instante, ya nunca más fue necesario que mi padre me inculcase su
madridismo, porque yo ya me había convertido en madridista “por
derecho propio”.
En el año 2025, que es cuando estoy escribiendo estas líneas, resulta
habitual ver a aficionados del Real Madrid portando pancartas con el
lema “Hasta el final, vamos Real”. Por algo será.
Bonito relato del amigo Miguel Ángel. Os animamos al resto de socios y amigos de La Gran Familia a aportar vuestro granito de arena a ésta sección.