“En la imagen, César y yo en Mestalla, en la temporada 96-97”
No quiero quitar un ápice de protagonismo al relato que nos manda mi amigo César. Únicamente deciros que a Cesitar le conocí como a muchos de vosotros gracias al Real Madrid y La Gran Familia. En los últimos tiempos, y por motivos que no viene a cuento relatar aquí, no lo está pasando bien. Pero ha querido mandarnos este relato, relato que es las vivencias de un gran madridista.
El gol de Ramos
El primer día que entré al Santiago Bernabéu fue el 14 de Febrero de 1982, vi los últimos minutos del Real Madrid 1 Español 1. Supe después que en aquella época no todos los porteros solían estar en su sitio cuando iban a acabar los partidos, de esa forma se permitía que algunas personas pudiesen entrar a ver unos minutos, sobre todos padres con niños, en lo que quiero recordar era una estrategia para crear afición. En mi caso funcionó.
Unas semanas antes recibí un regalo de Reyes que me hizo muchísima ilusión: un balón de fútbol. Lo curioso del caso es que aunque yo ya había cumplido hacía poco 11 años, era mi primer balón. A mí no me gustaba el fútbol. Se me daba muy mal jugarlo en el colegio y me aburría verlo por la tele. Hasta que un día de Septiembre de 1981 en que estaba mirando cómo jugaban los niños de mi barrio, el padre de uno de ellos me dijo que me pusiera de portero en aquel descampado. Y eso sí que se me daba mejor, jugar de portero, empecé a pasármelo muy bien, a disfrutar. El fútbol ya no era algo negativo, empecé a descubrir su belleza. Coincidió esa época con que un compañero de mi clase de 6º de E.G.B. que no sabía dibujar muy bien me pidió que le hiciese dos o tres dibujos que le hacían falta para un trabajo, en concreto eran aviones de la 2ª Guerra Mundial. “¿Qué quieres a cambio?”, me dijo, y le contesté “dame algunos cromos”, ya que me gustaba ver esas imágenes cuando los demás niños los cambiaban, manejando sus tacos a toda velocidad “síle síle síle nole…” En esos cromos percibí la épica del fútbol, ayudado por la estética de entonces: lluvia, barro, camisetas sin publicidad, hombres aguerridos etc.
Me hizo una ilusión enorme aquella primera visita porque a mi manera me hice madridista yo sólo. En mi familia no le gustaba el fútbol a nadie, y los amigos de mi padre eran casi todos del Atlético. Uno, que era portero en el Vicente Calderón, nos dejó pasar a mi padre y a mí para ver el Atlético Madrileño 1 Castilla 1 poco menos de un año después (un año que pasé pidiendo volver al fútbol), y otros, que tenían un bar en el barrio de La Colina, eran socios y me llevaron a ver el Atlético 2 Osasuna 1 y el Atlético 3 Málaga 0, con la intención nada disimulada de hacerme de su equipo, pero a mí me gustaba el Madrid. De hecho, he de confesar que a petición (más bien mandato) de un hijo de los dueños de ese bar ondeé durante unos segundos una bandera del Atleti que me dio, casualmente nada más anotar Echeverría el gol de Osasuna, pero en mi fuero interno yo ya lo sabía: los míos eran los de blanco.
También recuerdo que no mucho antes de esa primera visita al Bernabéu echaron por la tele el Real Madrid 1 Real Sociedad 1, y a pesar de que como incipiente portero mi primer ídolo era Arconada (que tenía mi cromo favorito, y que en aquel partido hizo algún paradón antológico) había algo en la nobleza y pundonor de aquel equipo de los Stielike, Camacho, Juanito, Santillana etc. que me conquistó aún antes de saber qué equipo era el mejor o el más importante.
Aquella tarde de Febrero de 1982 había salido a jugar con mi balón, pensando que con él las cosas iban a ser diferentes, pero todo acabó mal, como tantas otras veces. En concreto la idea de los niños de mi barrio fue quitármelo y dejarlo en medio de un charco inmenso, a pocos metros de la M-30. Con grandes esfuerzos y un palo muy largo pude recuperarlo sin mojarme demasiado los pies, pero el balón ya no era el mismo. Lo habían deformado a patadas y, al no ser de muy buena calidad, el agua había afectado a las costuras. Recuerdo el camino de vuelta a casa con él en la mano, desolado, y al llegar a la esquina vi a mis padres que precisamente salían a buscarme para ir a dar un paseo (vivíamos en una casa baja a pie de calle). Al verme mi padre me dijo “¿ha habido pelea?” y yo le contesté, lacónico, “un poco”. Cuánto sufrimiento se ocultaba tras esa mentira, en el fondo ambos lo sabíamos.
Dejamos el balón en casa y fuimos los tres a dar uno de nuestros paseos habituales por la calle Ramón y Cajal. Por alguna razón, quizá el buen tiempo que hacía, seguimos andando recto algo más, y casi sin darnos cuenta estábamos en Concha Espina. El ambiente del partido que se estaba jugando en ese momento nos llevó hasta las puertas del estadio. “¿Qué campo es éste, papá?” “El Santiago Bernabéu, hijo”
El partido seguía en juego, las puertas estaban abiertas y no había nadie vigilándolas.
Para cuando entré con mis padres al estadio por la puerta 42, bajé el primer tramo de escaleras, subí el siguiente y pude verlo por dentro por primera vez, el caldo de cultivo ya estaba preparado. Aún así a día de hoy recuerdo perfectamente la explosión de colores, el ambiente eléctrico, el olor del césped, el gran marcador encima del gallinero, la emoción palpable y el sonido sobrecogedor de un estadio inmenso con una historia que yo aún no conocía, pero que era colosal a su vez.
La primera imagen que he descrito, y sobre todo el saber que acababa de encontrar mi lugar, fue algo que impresionó profundamente, me marcó. Además, aún no sabía que estaba a punto de conocer cuando más los necesitaba a un montón de amigos nuevos: los futbolistas. Qué bonita era la Liga española en los años 80, qué agradecido les estoy a todos esos profesionales que tanto me dieron.
Es importante para mí destacar que entonces la mayoría de los partidos de Liga se jugaba el Domingo por la tarde. La costumbre en el Bernabéu en aquella época era comenzar a las 16:30, por lo que cuando entré pasadas las 6 aún quedaba algo de sol, cosa que añoro mucho.
Anuncio en ABC de los horarios de la jornada del 14 de Febrero de 1982
Como ejemplo incluyo dos imágenes del Real Madrid 1 Zaragoza 0 jugado casi justo dos años después, el 12 de Febrero de 1984, y que también empezó a las 16:30, para mostrar el efecto del sol.
Como decía, subimos ese último tramo de escaleras y no pudimos avanzar más, el fondo Sur estaba lleno de socios “de a pie”, por lo que aunque yo era un niño de 11 años muy alto, no podía ver bien. Me quedé apoyado a la derecha, en el murete que delimita el comienzo de la tribuna. En el primer asiento había una mujer joven, que al verme me dijo que subiera con ella para poder ver mejor. Tan emocionado estaba que mi padre ni tuvo tiempo de ayudarme, me encaramé en un momento y allí, en cuclillas en la esquina, al lado de aquella aficionada de la que tanto me acuerdo, comencé a ver al Madrid en directo.
Recuerdo tres jugadas en especial: un contragolpe vertiginoso trenzado por Lauridsen y Marañón que dejó a éste último solo frente a Agustín y que Camacho cortó de forma heroica lanzándose al suelo a la desesperada y jugándose el físico (siendo Camacho, vamos) y dos tiros altos de Ito y del propio Camacho, delante de Custers, cuando casi se cantaba el gol. Hay que decir que ese día el Español había cambiado de campo y en mi portería estaba Agustín. Son tres jugadas que seguro que recogió el resumen de Estudio Estadio de esa noche, resumen que sigo buscando 37 años después y que casi puedo asegurar que tan sólo debe existir en los archivos de Rtve, que no vende este tipo de material a particulares. Ya lo he intentado varias veces.
Como he dicho antes, a mi manera yo ya era madridista, pero creo que si algo lo certificó para siempre fue ese balón cortado por Camacho cuando Marañón iba a tirar o dar el pase de la muerte. La reacción del público, de repente aterrado igual que estaba yo ante el peligro, viró en un instante y pasó del reconocimiento a ese ejemplar jugador al rugido por el contragolpe que estaba empezando a montar el gran Juanito. Las imágenes de los cromos cobraban vida. Aquello me enamoró.
Años después supe al investigar en la hemeroteca que había sido un mal día del equipo, pero aunque sí recuerdo a la afición muy enfadada al salir del estadio a mí me daba igual. Volví a mi casa en una nube.
El balón que de forma tan caprichosa me había llevado a aquel partido (si mis padres no me hubiesen visto pronto aquel día se habrían ido sin duda a dar un paseo más corto ellos solos, me sigue inquietando mucho pensarlo) aún fue mío al menos dos años más, hasta que un Domingo de 1984 mi primo lo coló en la azotea de un local comercial en el barrio de Peñagrande.
Al notar mi disgusto me dijo que su padre conocía al conserje del bloque y que se lo pediría esa misma semana, pero yo ya sabía que nunca lo volvería a ver. Según nos íbamos para jugar en los campos de fútbol por donde ahora discurre la M-30 miré con infinito cariño a esa azotea, y en mi interior pronuncié un sentido “gracias”.
………
En Mayo de 2014 acudí a mi localidad de Grada Baja del Fondo Sur para ver por pantalla gigante la final de la Copa de Europa frente al Atlético. Por circunstancias que no vienen al caso yo ya llevaba un tiempo viviendo mi afición de una forma diferente. Pasé de no faltar a un solo partido en más de 20 temporadas, viajar con la Peña La Gran Familia (orgullo del Real Madrid, portadora y guardiana de sus mejores valores), ir todos los fines de semana a la Ciudad Deportiva etc., a acudir al estadio sólo a unos pocos partidos por temporada.
Pero mi temor a perder una final de Copa de Europa con el Atlético era irracional, profundo, insuperable. No voy a entrar ahora a comparar el nivel moral de las aficiones, yo también he visto y escuchado cosas impresentables en el Santiago Bernabéu, sé de lo que hablo. Pero los cánticos, repetidos y variados durante años, celebrando la muerte de uno de nuestros jugadores, que no el único, y especialmente aludiendo a dos niños, hijos de empleados del club, uno fallecido y otro en aquel momento en estado crítico, me causaron un dolor que no puedo perdonar.
Pese a todo para mí el Atleti es un equipo querido, no caigo en la simpleza de juzgar a todo un club por una parte de su afición, tengo varias fotos suyas recortadas y pegadas en álbumes que me fabricaba de forma artesanal. También he ido mucho al Vicente Calderón, guardo con cariño las entradas. Era un estadio maravilloso que aún no puedo entender porqué han cambiado.
También pienso que en el plano deportivo como afición es de las mejores que he podido ver, por su apoyo al equipo y su ánimo indesmayable. Pero hasta el aficionado rival más furibundo creo que me acabaría reconociendo que ha habido ocasiones en las que ciertos cánticos, por lo masivo de los mismos y por la ausencia de silbidos reprobatorios por parte del resto de la afición, han sobrepasado todos los límites. A los muertos no se les toca, y si son niños, menos.
Siempre me dieron igual los chascarrillos de bar o de trabajo, la pelea sana entre aficionados con más o menos guasa. Pero vivir sabiendo que se iban a mofar toda la vida de nosotros los que habían cantado, jaleado o permitido en silencio aquellas canciones ultrajantes me superaba.
Pasado el minuto 90 me levanté para colocarme cerca del Vomitorio más cercano a mi abono y no tardar luego mucho en llegar al Metro. El partido era el que era y ya ni siquiera confiaba en un milagro, llevaba un buen rato resignado a acostumbrarme a vivir soportando cada cierto tiempo la burla de los que representan lo peor del fútbol.
Al llegar al final de la escalera, que discurría junto a la valla de metacrilato de la antigua pecera de los Ultras Sur, me di cuenta de que la puerta estaba abierta, ese día no había la vigilancia normal de un partido con el equipo en el campo. Así que, como hacía muchos años que no podía hacerlo, me acerqué al Vomitorio por el que entré por primera vez hacía 32 años (32 años en la copa de Europa…), y me puse de pie junto a la esquina por la que me encaramé junto a aquella aficionada.
Segundos después Modric sacaba un córner y yo me decía desesperado “…va muy blando… y demasiado abierto…” mientras apoyaba la mano en ese murete, como cerrando un círculo, un ciclo. La desolación me había llevado incluso a plantearme no volver más, así me sentía.
Desde aquel día he pensado muchas veces lo irónico que me resulta que el gol más celebrado desde que puedo recordar en el Santiago Bernabéu haya sido un gol marcado por el equipo en otro estadio. Y además ha sido un gol que yo no grité, estupefacto como estaba mirando alternativamente mi mano en el murete y a Ramos celebrándolo, corriendo hacia el córner.
Me dio luego únicamente por aplaudir, y aplaudiendo volví a mi localidad para ver la prórroga, donde el equipo hizo bueno ese gol.
La luz viaja a unos 300.000 km. por segundo, desde aquel día me gusta pensar que tuvo tiempo de sobra para llegar a Lisboa una suerte de energía que, al tocar esa pared, se trasladó primero a aquella azotea, donde indudablemente seguía mi balón escondido en algún recoveco, y de allí a la cabeza de Ramos.
A cierto nivel, no estrictamente deportivo, le considero quizá el gol más importante de la historia del Real Madrid. Tiene que ver con la memoria de los que ya no están, y con el orgullo. Para mí es como si hubiese cabeceado mi propio balón.
Si mi pequeño gesto contribuyó en algo, no lo sé. Pero sí sé muy bien que Ramos merece el mejor de los reconocimientos por parte de los que amamos Real Madrid por lo que hizo.
Aunque le ayudase un niño de 11 años.
César Arnanz (Abril 2019)
Me ha encantado César. Grandes recuerdos y grandes momentos para los Madridistas. Gracias!!!