Estos días atrás, mi buen amigo Pablo que es un gran culé, me enviaba vía WhatsApp fotografiadas cuatro paginas de un libro. Así a bote pronto pensé que podía ser algo relacionado con la política ya que a Pablo y a mi cuando surge la ocasión nos gusta hablar de esos temas. Pero para mi sorpresa se hablaba de nuestro Real Madrid, y además en buenos términos. Qué un culé, aunque sea amigo te mande algo así es de valorar, y es que no sé porqué extraña razón siempre me he llevado mejor con los culés que con los colchoneros ( salvo raras excepciones )
El libro en cuestión es » Ya sentarás cabeza : Cuando fuimos periodistas (2006-2011) «, cuyo autor es Ignacio Peyró. El libro habla de la vida de un joven corresponsal político en Madrid. La parte en la que aparece nuestro Real Madrid va desde una parte de la pagina 147 del libro y acaba en unas líneas de la 150.
» No veo nunca el fútbol pero mantengo una lealtad secreta hacia el Madrid. Es digno de nota que tanta gente decida apoyar justamente al equipo rival del que apoya su padre. A mí jamás se me hubiera ocurrido, entre otras cosas porque si algún acierto he tenido, es la intuición continua de que, si uno de los dos podía equivocarse, ese no sería mi padre, sino yo. En un país que suele desconocer las grandes empresas solidarias, admiro que un equipo haya logrado – saliendo de la nada – ser una institución , y que haya tenido un código de enorme exigencia: si eso significa para el mundo ser siempre competitivo, en el madridismo se ve como la obligación de jugar con brillantez y ganar con solvencia o ser infieles a lo que uno considera su propia tradición.
Pero del Madrid también me gusta lo que tiene de un Madrid ya antiguo. El Tamiz de costumbrismo se hacía de verdad e inocencia cuando aquella voz anfibia cantaba el << hala Madrid >> sobre un fondo de trompetas pregrabadas. Estaban las mocitas madrileñas, el ingenio del poeta rimó Madrid con adalid cuando Chamartín no era más que afueras y desmontes. << Veteranos y noveles, veteranos y noveles miran siempre sus laureles con respeto y emoción >>. Hablamos de valores de otro tiempo, cuando ser futbolista no implicaba de modo directo llevar el corte de pelo equivocado ni ser engañado por un sastre. Años atrás, Di Stéfano terminaba de entrenar y – gran goloso- buscaba su asiento en la confitería Helens. El Real Madrid -siempre Real- era de sus socios y por lo tanto uno se podía acercar a la piscina para tal vez encontrarse con Molowny. Se cuenta incluso que algún gran jugador llegaba en autobús a entrenar, cuando aun los inviernos madrileños eran fríos y los árboles estaban desmochados y sin alma, tal y como los fotografió Catalá-Roca, nuevos junto a los tapiales de los descampados. A los jugadores de entonces les valía más ser puntuales. El deporte no es lo que fue, y entre odas de Pindaro y los titulares del As quizá se ha instalado capa tras capa la vulgaridad. Solo la gloria sabía igual que ahora, aunque el perfil neoclásico de la Cibeles se vea incómodo en la elástica y cada cada celebración alcohólico-antropológica deje cientos de heridos.
<< Club castizo y generoso >>, el Madrid quiso tener siempre algún producto nacional. En concreto, algún producto de barrio. Ahí estuvo la mesocracia de Narváez, representada por Emilio Butragueño. Era el hijo de la droguera que todavía sobrevive al Corte Inglés en esa parte de la calle que aspira a ser Barrio de Salamanca. Su establecimiento siempre ha sido muy reputado, tanto como sus dependientas eran elegantes y estiradas. Dentro de su inexpresividad, también Raúl González es el muchacho de Villaverde que vivió en un chándal hasta los veinte años y que no conoció el barrio con metro. Como la propia Madrid, que es una ciudad en la que siempre ha sido de buen tono pasar mucho tiempo fuera de ella, el equipo ha sido muy hospitalario con los foráneos. Pienso en Hugo Sánchez, tal vez porque para mí el fútbol tiene algo que ver con la infancia y en realidad mi Madrid será siempre el de la Quinta del Buitre. ¡ Qué viejo es todo ya ! Hoy nadie hablaría de << quintas >>.
La capilaridad del Madrid con los usos y costumbres de la ciudad, de la bella burguesía al extrarradio, es de una ejemplaridad total. Es el público señorito del Bernabéu, quizá no distinto en su emocionalidad del que vio a Lope. Esto ha permitido mantener una solidez institucional incuestionable, sin más proyección que el fútbol, que es arte por arte o un juego por el juego, como un afán que se inventa. Si lo importante es pasar el rato, el fútbol aún llena para tantos esas oquedades de la tarde del domingo.
Se me hace imposible no seguir el fútbol sin pereza, pero que gane el Madrid siempre es una tranquilidad – una demostración de que las cosas funcionan según lo razonable. El heroísmo desesperado del Madrid es que siempre tiene que ganar: su propia reverberación llena de temor y reverencia y los camareros de Caracas o de Tánger, al saber que somos de Madrid, no nos preguntarán por el Prado o por la arquitectura herreriana. Preguntan por ese Madrid que se metamorfosea como producto global, triunfa en Tokio y se estudia en Harvard. Viejo Madrid que alegra a los abuelos y los nietos con la modestia del futbol y las pipas cuando el deporte deja de ser filosofía new age.»
El texto que aparece sobre fondo blanco roto es como os decía al inicio, perteneciente al libro » Ya sentarás cabeza : Cuando fuimos periodistas (2006-2011) » de Ignacio Peyró ( os dejo un enlace para que conozcáis la biografía del autor )